miércoles, 29 de noviembre de 2017

Cosas que se me ocurren mientras envejezco.

Tal vez solamente necesitamos cansarnos, ser parte del suelo, sollozar en el polvo, quizá necesitamos llorar bajo, como cuando un niño se cae y la mirada vuela hasta el hombro de su madre como una mariposa herida de lástima.

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Solloza fuerte hasta que la garganta grite por sí sola también, el eco de besos en la mejilla y a la abuela diciendo que hay que coser cerca de la luz para no equivocarnos de nuevo aunque mi trapo ya sea la redondez de un muñon sin ninguna forma definidida, lo que necesito se llama libertad, pongo mi hilo pero no tiene ningún sentido y la abuela me dice, como cuando vas a la tienda, que ya no hay.

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Cerca de la tienda mataron a un hombre y se suicidó un niño.
Ningún perro debería de llorar nunca por un dueño que no ama a lo que le es leal.
Huelo detrás de la oreja, aspiro profundo, nunca me he quedado sin decir nada pero ahora no tengo cómo explicar muchas cosas, las pestañas que nacen fuera de lugar de las otras, la comisura marcada del lado izquierdo de la boca la pequeña arruga entre los ojos, la perforación en la oreja que esta ligeramente más hacia abajo que la otra, el sonido de los dientes al chocar las caras, cuando tu mano encuentra el pezón debajo de mi blusa, cuando la rendija moribunda de mi pecho se llena de sudor, no quiero quererte y me muerdes, no quiero quererte y te hundes.

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La bóveda de nuestros ojos se abren con el viento más cálido pero yo no quiero y tú soplas muy fuerte, y yo cierro mis ojos más fuerte, cierro mis ojos hasta que sangran, cierro hasta que los parpados se enamoran y se quedan pegados para siempre.

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La cosa más cruel que he hecho ha sido llevarme demasiados días entre las faldas, demasiados abrazos, demasiadas caricias dentro de una habitación vacía, demasiado de todo para nada, nada valió la pena, nada, ni las azoteas rojas, ni el crepúsculo rosáceo de la ciudad de cantera, las noches en vela, la música a todo volumen, las veces que nos vimos desnudos, las veces que la pared era mi único consuelo cuando lloraba por ti, cuando no cabíamos en la cama porque yo soy de todo grande, quiero que sepas que te amé, y el día que te lo dije estábamos a oscuras y yo había tomado pero recuerdo que te dije que lo olvidaras como si te hubiese llamado por otro nombre en vez de Diego., como si hubiese sido un pecado quererte tanto, tarde me di cuenta que realmente si hubiese iglesia que valiese la pena, si hubiese tenido un Dios, ese sí hubiese sido mi pecado, mi calvario, mi dolor más pendejo, mi idolatría a lo efímero, mi egolatría y mi desconsuelo, que hubiese ardido en el infierno y hubiese triunfado entre los males de la pasión, quiero muchas cosas pero en ese entonces yo sólo te quería a ti, al derecho y al revés, egoísta, solitario, infantil, lleno de muchos vacíos, lo tuyo era como cuando te pegas en el dedo pequeño del pie contra un mueble, tratas de evitarlo pero siempre pasa, he decidido que con el tiempo, los muebles no me van, no me va la vida y ya, es un hecho que creemos inevitable algunos y otros tantos lo evitan, quieren decir que viven, pero en realidad lo evitan, antes dentro de mi casa llena de muebles tú siempre te escondías debajo de la mesa, debajo de la cama en tu cuarto, detrás de cualquier puerta, y yo realmente quería mostrarte de mí, íbamos como tuertos buscando a tientas, tú un escondite, yo a ti.