Oídos sordos, respiración acelerada, sudor bajando por la espalda baja, los pezones erguidos y la piel sensible.
De las sombras salió su mano, siempre tan elegante, con sus dedos largos, con esa extraña cicatriz en el pulgar, tomo mi mentón suavemente como quien toca un instrumento, acariciando con delicadeza los pliegues de mis labios, demorándose en la textura de estos, años ahí como queriendo grabar en piedra mis besos; de un momento a otro con movimientos fluidos y silenciosos, o quizá es que ya no me daba cuenta, que quizá el hipnótico movimiento de sus manos me dejaría aturdida, pero aunque ya no pudiera ver sus ojos los sentía observándome en el espejo de enfrente, disfrutando y al mismo tiempo padeciendo ese último gesto en mi cara, tomando mi cuello de a ratos, pasando de nuevo sus dedos entre mis labios y regresando a mis senos, paciente, dulce, besando mi cuerpo con sus dedos, tocando esos puntos, todos debiles solo bajo su tacto, ahí colgada de sus brazos, colgada de repente del alma, colgada del deseo, colgada de lo que una vez fue amor.
No hay comentarios:
Publicar un comentario