Yo tenía dieciocho meses cuando a mi padre le nació la huida.
Desde entonces dejé los dientes debajo de una almohada
y empecé a murmurarle a las sombras de la pared.
Mi padre nunca regresó, ni pedí que regresara.
Nunca pude decirle a mi madre que la quería porque
las lagrimas no la dejarían escucharme.
Ella es como un mar todo el tiempo,
me da miedo y me alejo a la orilla donde apenas pueda tocarme
aunque consiente todavía de que me puede ahogar también.
Dejo que se sienta mejor en la profundidad y yo me entretengo
con la basura de la orilla como una huérfana que se consuela con la sal en los labios
No pasa nada.
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