Los microbios de la saliva van de los dedos, a las pestañas y viajan de ahí a la mejilla ajena, de ahí al hoyuelo al lado de la boca y el beso en la comisura los regresa a su lugar.
Me siento un microbio. Un parásito estomacal. Una solitaria de varios metros. Apostada dentro de aquel intestino sin dolores verdaderos. Había hecho ahí mi hogar y de repente me sentí nadando en otras aguas.
Soy un microbio en la comisura de alguien abstemio. De alguien virgen. De alguien feo.
Soy los mismos labios. Resecos. Gastados. Agrietados. Castos.
Soy el microbio y la solitaria. Soy el abstemio. La lolita en la esquina. La deriva misma. Soy una pérdida total de la moral. El virus y la cura. Soy Años y la belleza efímera de la juventud.
Soy el corcho perdido en el mar flotando lejos donde no hay Ni tierra, ya ni sal. Ni amor. Donde pierde sentido el silencio. Donde ya no ahoga el agua y el sol ya no besa el cuerpo.
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