domingo, 26 de octubre de 2014

inútil.

Estábamos borrachos todos, ya demasiado imposible regresar a la cordura previa te besé, me arrepentí casi enseguida, no quería que me recordarás o fingieras no hacerlo después, quería pensar que el día que me atreviera te besaría estando tu sobrio y yo ebria y que me dijeras "me gustas los suficiente para dejar que esto siga" pero no, eso solo pasa en las películas o quizá la mía era una pornográfica, de esas baratas donde les tocan el coño con una impaciencia casi dolorosa, de esas que ni siquiera prenden, así era mi vida, definitivamente de esas que ni siquiera emocionan.
Te besé entonces más, ya que estaba ahí, ya que sabía que era un error, lo cometería completo... y me arrepentí aún más, me gustabas mucho más de lo nunca admitiría y lo iba a arruinar.
Me quitaste me triste falda, tan deslavada como vieja, y así sin esperar más introdujiste parte de tu pene dentro o ¿era todo? ya ni siquiera lo recuerdo, me dolió por que no te esperaste ni siquiera a que asimilara que lo estábamos haciendo.
Como era de esperarse terminaste demasiado pronto, demasiado cansado y demasiado borracho, rogué que no recordarás nunca lo que paso, aún después de que me sentí sucia por haberlo hecho sin haber querido, por esa traición a mi misma mas que nada, no me sentía mal por ti aún cuando no pudiste complacer a una mujer, cuando parecías un chiquillo sin experiencia, aún cuando me tocabas de una manera tosca y acelerada tal y como en una porno, tuve lastima de mi, por no saber escoger nunca un cabrón que me guste y que además se preocupe por que él me guste.

Cuando todo acabe y por fin despierte de la pesadilla, morire.

Dos tetas que me pesan.

No tengo nada que decir, nunca tengo nada que decir, mi vida entera es muda.

Las cobijas estaban pesadas y las quite todas, ya ni siquiera duermo solo cierro los ojos cada que los siento pesados, tengo amigos imaginarios, tengo ojeras y dos tetas que me pesan, siento que la vida ya no vale nada, encontré una libélula muerta antier y la enterré.

Como dije, nunca digo nada.

Mis pijamas rotas

La lluvia caía tormentosa, quizá demasiado imperiosa, demasiado agresiva para un día de otoño cualquiera, cuando ni siquiera las noticias habían prevenido algo así.
Los sonidos de la computadora ya no parecían música, de verdad eran estruendosas esas gotas gordas.
Entonces aun con el sonido perdido de la música me dispuse a recoger mi habitación, abriendo por error aquella caja que dije que jamás iba a volver a ver, tenía todavía las fotos, los regalos y las estupidas cartas llenas del supuesto amor que se promete una pareja, tire todas las fotos y queme todas las cartas, ni siquiera eso valía la pena ¿por que la gente se enamora?
Realmente la idea de que estamos destinados a alguien ¿será cierta?, no puedo aceptarla, es decir, realmente a alguien le gustaría todo de mí, o todo de mí complementaría a alguien más, incluso mis defectos, ¿a quién le gustarían mis extrañas pijamas rotas? o mi amor incondicional por mi perra, por mi larga lista de música extraña, mis extraños cambios de humor y que me guste solo tener sexo de noche, quien aguantaría mis inseguridades, o mi gusto por las películas de terror, que me gusta el dolor, que odio el tamarindo, que duermo de mi lado, que no me gusta dormir abrazada, que tengo pantuflas de perros, y que definitivamente no soy tan femenina, ¿quien adoraría eso de mí? como se adoran las cinturas estrechas, los rasgos finitos, las estaturas pequeñas y los pies pequeñitos, no tengo nada de eso, soy una chica normal demasiado llena de defectos.
Prefiero los tenis antes que los tacones, me gusta mi pelo sencillo antes que con un tinte, me gusta mi boca aunque sea tan extraña, me gustan mis ojos aunque tengan el color más común del mundo, y me gustan mis brazos aunque estén gordos, y aunque odie a veces mi nariz ya la tengo, me gusta.
No espero a nadie que le guste todo eso de mí, no lo encontraré lo sé, por que el amor se acaba y por que para físicos no hay ciegos.

lunes, 17 de marzo de 2014

Su pelo azul.

Eras una chica extraña, siempre lo fuiste, ibas por un camino que nadie más recorría y aún así te volviste parte de algo, algo que al fin y al cabo era tuyo; todo lo que tu tocabas lograbas llamarlo tuyo, como mi corazón.

Te conocí un día otoñal, llevabas un vestido y un suéter delgado, como siempre, destacabas por tu pelo azul, ¡que loca te considere! y no estaba equivocado, pensaba también que nunca podría enamorarme de alguien como tú por que como sabes los prejuicios hacen mella en mí; te observé de pies a cabeza concentrándome en tu mirada tan perdida, parecías tan atolondrada, tengo que ser sincero, te tuve envidia por que te veías tan libre... Entonces esos cálidos orbes tuyos se fijaban en mí y esos tus labios gruesos me sonreían; supe que estaba equivocado, que no tenías ningún defecto y que aunque lo tuvieras yo lo amaría.

J. desde ese día yo supe que te hubiera amado siempre.

¿cómo es que alguien tal atolondrado podría enamorar a alguien tan agrío como yo? Alguien tan pésimamente realista y demasiado mentiroso para el agrado de la bondad.

-Yo siempre fui un tipo demasiado roto- le dije una noche cuando la tenía entre mis brazos, con sus curvas tan delicadas pegadas a las toscas mías, eramos dos piezas opuestas que se complementaban a la perfección.
-Yo estoy aquí, juntando tus piezas- me decía mientras abrazaba mi torso y besaba mis costillas.

Era también inocente, ella realmente creyó mí, creyó en lo que eramos, que eramos eternos cuando en realidad eramos tan pasajeros.

La amé tanto, la amé como nunca había amado a alguien, mucho menos a mí mismo.

Tenía unas piernas gruesas y largas, amaba besarlas y acariciarlas como si ahí en su lecho se encontrará mi paz.

Toda su piel era dulce, un sabor que nunca empalagaba ... y no hablemos de sus senos perfectos que cabían con exactitud en mis manos.

¡Sus hombros! como amaba sus hombros pequeños, ahí no solo cabían mis besos; la mordía siempre, por que esa era mi manera de decirle que la amaba.

Todo eso, junto con sus labios llenos, murieron.
Todo por que yo la amaba demasiado....
tanto... tanto, que por eso la maté
con mis propias manos.