Tengo un tick en el ojo izquierdo, me palpita, me hiere.
Como este ir y venir, esta cansina rutina, ya hay un hoyo en el piso.
Malgasto todo mi cambio en cigarros, a veces te compro uno a ti también.
No sé sí inconscientemente quiero que mueras conmigo... o conscientemente.
Realmente no me importas tanto; ya no eres especial.
Cuando te conocí, solías ser la cobija remachada que tanto me gustaba,
la cobija gastada y aun así cálida, que yo me arropaba en las noches de desvelo
me sentía amada por esa cobija parchada, pero pronto la cobija dejo de calentar
y de la nada se hizo gato y aquella cobija vieja se fue a arropar
entre sus garras a otro regazos... Ahora eras un gato, simple, llano, lleno de manchas
que buscaba el regocijo de la felicidad efímera de cualquier extraño.
Al principio no entendía por qué te ibas, pero es que yo no veía tu naturaleza animal,
aún así,
no ignoraba los vacíos que tenías que llenar y por eso siempre que regresabas,
yo te abría la puerta otra vez, deseosa de ese falso calor, y me veía necesitada como polilla
en la hiriente candela, porque no, ya no entibiabas mis recónditos abismos de cariño,
ya los llenabas y embarrabas de la arena que tenías guardada entre tus patas, de otros extraños;
empecé a odiarte pero no como tú me odiabas a mí, por que eso se sabe,
como se tiene certeza de muchas otras cosas materiales, que me odiabas,
pero ahora no por mi naturaleza animal si no por muchas cosas que en un principio
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te seguía buscando entre las sabanas y dejaba que me hirieras por que así somos los solitarios.
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