Abro tu pelo con mis dedos callosos y eso no me impide sentir la húmedad del sereno —las lágrimas de Dios— , son hebras, hebras gruesas como tus labios, todos ellos, como las de tus piernas, como la de tu estómago suave, como la de tus brazos que abrazan inutiles, como la de tus palabras idiotas y paladeo entre ellas el olor tan tuyo a cigarro, ¿desde cuándo no me molesta olerte así? saberte así, sentirte así, y te acaricio las hebras, todas ellas y con el rato te evaporas como el alcohol y dejas el vaho del tabaco atrás y no me molesta la ajenidad, ¿desde cuándo no me molesta verte de lejos?
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