lunes, 14 de marzo de 2016

Sábado 12 de marzo.

Regresé a las andadas.
Escribo desde una computadora ajena, llena de germenes en las manos.
Lo único que se me ocurre hacer es llamarte a media noche con mi celular fantasma y fingir que aún sigues pendiente de mí pero no te preocupes, la luna ya se va, sigue el smog presente, no tienes que decir que te recuerda a nosotros esa luna dormida o el cielo rojo de nuestra azotea, que nosotros fingimos ser ajenos aunque estemos a dos cuadras y media de distancia, es ahí cuando las calles laten y se encuentran todos los perros hijos de una sola madre, unidos por la desdicha de existir, tú eres perro de otra madre, pero perro de todas formas.
Anoche me encontré en otra cama, tenía manchas de una herida que se exhibe, de un higo maduro, de anhelos de una boca pequeña y me senté en aquellos signos como queriendo borrar cicatrices duras, reescribí con alguien más, y abracé y lloré y masacré todo aquello que tú eras, por ello las manos me huelen a enfermedad, me huelen a pasado.
Ahora no importa si beso los mismos labios otra vez, tendremos el ocaso eterno y la despedida ajena, dormiremos abrazados si quieres, dejándonos amargas las bocas en la madrugada, besar los pezones, abrasar las pisadas, mendigar la caricia, despedirnos.


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